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La figura del Buen Pastor en el arte cristiano



La iconografía del Buen Pastor es uno de los símbolos del arte paleocristiano, si bien en su origen se trataba de un tema pagano que hacía referencia, como contraposición al mundo urbano, al idealizado mundo de lo bucólico como el lugar del ocio y de la dedicación a meditar sobre temas existenciales, hasta el punto que se convierte en imagen de la vida paradisíaca tras la muerte, por lo que será muy frecuente la representación del pastor en los sarcófagos paganos y en los frescos de las catacumbas. Posteriormente los cristianos reconocerán en estas imágenes paganas al Buen Pastor del Evangelio. Seguramente la cima de esta iconografía sea la figura que se conserva en en los Museos Vaticanos, de fines del siglo III o inicios del IV.


La representación debe su inspiración al texto del Evangelio de Juan (10, 11-14) en el que Jesucristo se presenta como el Buen Pastor que conoce a sus ovejas por sus nombres y da su vida por ellas: «Yo soy el Buen Pastor. El Buen Pastor da su vida por las ovejas». Además, las representaciones en el arte harían referencia también a la parábola de la oveja perdida del Evangelio de Mateo (18, 12): «Si uno tiene cien ovejas y se le extravía una, ¿no dejará en el monte las noventa y nueve restantes e irá en busca de la extraviada?»

Para plasmar a Cristo como pastor, los artistas paleocristianos se basaron en tres modelos consagrados desde la Grecia arcaica y los adaptaron a las nuevas necesidades. Por un lado, tomaron al Moscóforo y a Hermes Crióforo, y por otro, a Orfeo. La asociación de estos dos dioses con Cristo no era tan solo formal. A este respecto, hay que tener presente que tanto Hermes como Orfeo eran divinidades con cultos mistéricos, vinculadas con el más allá y ambos habían retornado del mundo de los muertos, por lo que, de forma natural, se puso en relación con la Resurrección.


La iconografía del Buen Pastor fue relegada durante el periodo medieval hasta el siglo XV. Uno de los primeros autores en retomar el tema será Lucas Granach en 1540.

A partir del s.XVI se representará habitualmente con la imagen adulta del buen Pastor. Por ejemplo, Cristobal García Salmerón (1663), Mateo Gilarte (1660) Vincent López Portanña (1800).

En el panorama de la pintura barroca sevillana surge un nuevo modelo que parece retomar los orígenes, en el que el Buen Pastor vuelve a aparecer como un niño. Este enfoque infantil hay que situarlo dentro de la tendencia del Concilio de Trento de mostrar a la Santa Infancia que caló con tanta fuerza en la ciudad de Sevilla.


Murillo creó una afortunada tipología infantil, pues aúna una sugestiva belleza con una potente carga simbólica, y la reinterpreta en las tres ocasiones en las que representa este tema, sin caer en copias ni repeticiones. No obstante, en todas ellas hay una serie de patrones básicos que se repiten. De esta manera, Jesús aparece con unos cinco o seis años, es un niño rubicundo y pálido, con una delicadeza que no sería la propia de un muchacho que vive a la intemperie entre animales y que enlaza con su naturaleza divina y su inquebrantable espiritualidad. Viste una túnica larga y rosada, de cuello amplio y con las mangas remangadas, la misma que Murillo suele colocarle cuando lo representa en la niñez media, una vez superada su primera etapa infantil.


Sobre el modelo de Murillo, vinieron otros, como Valdés Leal (1680), un seguidor de Murillo (1665), Juan Simón Gutiérrez (1710), etc


Dentro de esta visión del Buen Pastor Niño, quiero presentar un cuadro Anónimo (podría ser la autoría del pintor granadino Pedro Atanasio Bocanegra 1638-1689) que se encuentra en la querida Parroquia de San Ildefonso de Granada y que tuve el honor de colaborar en la restauración realizado por el taller de conservación Clave Restaura, que dirige Dionisio Olgoso en el año 2019.


El Arte contemporáneo vuelve a recuperar la figura del Buen Pastor de un Cristo adulto en consonancia con los Evangelios. Por ejemplo, Gebhard Fugel (1920), Niels Larsen (1921), Henry Ossawa Tanner (1922) y en (1917)


Voy a concluir con una imagen musical. El Arte reúne todas las experiencias, también la musical. Como colofón traemos la composición para órgano, "Tríptico del Buen Pastor" de Jesús Guridi, considerada por el organista Esteban Elizondo como la mejor obra española del género en el siglo XX. La obra se estrenó en 1954 con motivo de la inauguración de la catedral del Buen Pastor de San Sebastián.

La integran tres movimientos: El rebaño, la oveja perdida y el Buen Pastor. En el primer movimiento se percibe un rebaño alegre donde las ovejas están contentas y despreocupadas, porque el pastor está con ellas. Sin embargo, también se intercala una melodía de tonos melancólicos, que hace presagiar un peligro incierto.

El segundo movimiento, La oveja perdida, se caracteriza por el estallido de una fuerte tempestad. Truenos y relámpagos nos recuerdan la Sinfonía pastoral de Beethoven. Las ovejas se dispersan en busca de refugio, aunque una de ellas se pierde y sentimos su balido triste y lastimero. Parece dar vueltas sin sentido y cada vez más su soledad se torna en angustia.

El tercer movimiento, El Buen Pastor, es el de mayor duración. Se trata de una música majestuosa que se asemeja a un canto litúrgico, de alabanza de la Creación entera. El sonido es enérgico y triunfal, pero a la vez es apacible. En este movimiento del Tríptico hay una melodía, casi pegadiza, que infunde una paz y una alegría contenidas.



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